Escena de Amanda, de Pepe Caudillo (2006) Por
Ernesto Diezmartinez GuzmánLa vídeo-sala difocureña, programada por Carlos Sandoval, ha expandido sus funciones.
En ella no sólo se estrenan cintas nunca exhibidas en la ciudad, se rescatan películas prácticamente olvidadas o se programan clásicos irrefutables, sino que, esta vez, ha abierto sus puertas para una selección de seis cortometrajes dirigidos/producidos/escritos/editados por el cineasta tamaulipeco avecindado en Monterrey Pepe Caudillo.
La ciudad del Cerro de la Silla ha intentado, en el nuevo siglo, romper la hegemonía fílmica chilanga pero, la verdad sea dicha, los resultados no han sido los mejores y a las pruebas me remito: en los últimos años, con la excepción de la derivativa pero notable
Así (Lozano, 2005), de Monterrey han salido obras fallidísimas como la comedieta boba
Inspiración (Huerta, 2001), la meritoria pero quebrada
Las Lloronas (Villarreal, 2004), el autorretrato denigrante
7 Días (Kalife, 2005) —reseñado en www.cinevertigo.com— o el azotado melodrama
Entre Caníbales (González, 2007).
Para bien o para mal, el cineasta autodidacta Pepe Caudillo forma parte de este inédito rostro del cine mexicano hecho en la Sultana del Norte. La muestra de seis cortometrajes que se ha visto en varias partes del país y del extranjero comparte un mismo tema. En palabras del joven cineasta, se trata de “una selección… que tiene como motivo conceptual el encierro. Estos cortos fueron realizados del 2002 al 2006 y nos presentan personajes que buscan liberarse de aflicciones emocionales que los atrapan dentro de sí mismos. Yo nunca me propuse explorar esto en varios cortometrajes, es algo que se fue dando de forma natural…”.
A decir verdad, esta explicación se antoja construida
a posteriori, pero de todas formas es válida: en efecto, los seis cortos comparten un mismo tema —el encierro—, aunque unos de una manera más clara que otros. Otro elemento que une a las seis mini-obras de Caudillo es la experimentación constante de las técnicas narrativas, incluyendo el montaje, el encuadre, la música y la banda sonora. Como sigue:
Revolve (2002) —una historia criminal de celos en formato de 16 mm. y en blanco y negro— es, en 7 minutos, un mero ejercicio de montaje a ritmo de
When the Music is Over de The Doors. Algo similar sucede con el corto de 8 minutos
Silk (2002) —formato 16 mm., blanco y negro— sobre un muchacho (Guillermo Hernández) que busca el amor en las calles de Nueva York, llevando como trofeo/arma una mascada.
Otro ejercicio más,
4B (2005), en color, fue realizado en formato digital. Aceptado en concurso en Rotterdam 2005, este corto de 3 minutos de duración demuestra de parte de Caudillo un brillante uso expresionista del sonido en la historia de un artista (Israel Mata) luchando con el papel en blanco.
Encuentro (2004), hecho en formato de 35 mm. y en color, es el más flojo de todos los trabajos de Caudillo: en un minuto se nos muestra el desespero de un joven (Guillermo Hernández de nuevo) que sufre para abordar a una vecina que está a punto de salir de su departamento.
Lo mejor de Caudillo son, valga la expresión, sus cortos más largos:
Por una Perra (2002), hecho en blanco y negro en formato digital; y
Amanda (2006), en color y en 35 mm. El primero, realizado en un eficaz plano-secuencia de 11 minutos, cuenta el destino trágico de un pobre diablo (¡otra vez Guillermo Hernández!) que es el vigilante de un “junior” secuestrado por un matón con bat en ristre. Lo más destacado es la buena ejecución de toda la trama y su desatada misoginia de raigambre tarantinesca —hasta en el título, de hecho.
El segundo —presentado en la selección oficial de Morelia 2006— es aun mejor: en 15 minutos y en ¡nueve tomas! —las ocho primeras con cámara fija— se nos cuenta la historia de una joven mujer, Amanda (Erin Pitstick), encerrada y abusada (física y psicológicamente) por su marido (Roberto Alanís), quien la tiene prisionera en una habitación del célebre
Hotel Ancira de Monterrey.
Caudillo y su cinéfotógrafo Sebastián Hiriart demuestran, con sus ocho tomas perfectamente estáticas, un adecuado manejo del encuadre, tanto de los objetos que están en él como de los propios personajes dentro del mismo. El diseño sonoro de la cinta es también notable: la jeringonza que escucha la mujer por la tele es un signo más de su trágica alienación. Cuando la cámara finalmente adquiera movimiento —en el minuto 11, para ser precisos—, ella seguirá a la heroína fuera de su habitación, del hotel, hasta la calle, en un plano-secuencia liberador, en más de un sentido.
Caudillo acaba de terminar de rodar su siguiente cortometraje,
Llora, y está preparando su primer largometraje, aún sin título. Si los resultados narrativos/estilísticos son como los logrados en
Amanda, podemos esperar algo decente por parte de él. Si es mejor que
Inspiración o
7 Días, ya salimos ganando.
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Y ya que estamos escribiendo sobre la Sala de Arte Audiovisual difocureña... ¿No habrá manera que un 1 por ciento de los 30 millones asignados de manera extraordinaria a Difocur y presumidos el martes pasado por Ronaldo Gónzalez se asigne para que el programador/benefactor de la sala, Carlos Sandoval, pueda adquirir una auténtica colección de clásicos en DVD que sea propiedad del Estado?
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Escenas del Encierro reseñado por Ernesto Diezmartinez Guzmán para el periódico Noroeste