Le voyage dans la Lune
Allá por finales del siglo XIX, los hermanos Lumière —Louis Jean y Auguste Marie Louis Nicholas— declaraban que su invento, llamado cinematógrafo, es "una invención sin mucho futuro", aprovechada sólo para el ámbito de la intimidad. De cualquier forma, llega el día en que los Lumière planean una función "abierta" a cualquiera, con boleto al costo de un franco. Seguro de que el invento cinematográfico despertara el poco interés del transeúnte parisino, Antoine Lumière, padre de los dos hermanos, ha invitado a ciudadanos prominentes, intelectuales, periodistas y interesados potenciales, hombres de teatro y empresarios. En cierto modo tiene razón: pocos de ellos acuden (la mayoría de los periodistas estaban en la boda de Yvette Guilbert, a la misma hora) y, de hecho, solo habrá 35 espectadores en el sitio elegido, el Salón Indio de la Gran Café de París, en el número 14 del Boulevard des Capucines. Al saludar a uno de los hombres de teatro, llamado George Mèliés, Antoine le dice:
—Usted, que vive asombrando a las personas, será ahora el asombrado.
Y tampoco en esto se equivocaba. Fue la fecha "oficial" del nacimiento del cine, el sábado 28 de diciembre de 1895. Al terminar la proyección, George Mèliés quiere de inmediato comprar a los Lumière uno de estos aparatos. Antoine Lumière le dice las cèlebres palabras:
—Conocí a su padre y no puedo estafarlo vendiendole un juguete de fin de siglo, sin porvenir; por otra parte, mis hijos esperan sacarle todo el provecho que puedan mientras perdure el interés.
Le reitera a Mèliés que no desperdicie su dinero, que el cinematografo no tiene más futuro que el de una curiosidad ciéntifica. El caso es que Mèliés no oculta su interés, y eleva su oferta a 10 mil francos, una suma enorme en aquella época. Pero Lumière padre se pone tajante: le está haciendo un favor al no venderle el aparato y más le valdrá no insistir más. Pero Mèliés insistió: en enero del año siguiente fue a Inglaterra y compró a Robert William Paul las piezas de un proyector que éste había llamado "animatógrafo".
Pronto comenzó a organizar a sus amigos y fundó la Star Films —nombre que se aplicaría años más tarde a las estrellas del cine— con el que produjó más de 500 cortometrajes, y aún se siguen encontrando más cortometrajes que se creían perdidos, varios de ellos copias coloreadas a mano por el mismo Mèliés, en los cuáles narraba historias cómicas, mezcladas con efectos de ilusión óptica y maquetas gigantes, todo ello sacado de la fertil creatividad de Mèliés, convirtiendose así en ser el primero en crear efectos especiales para el cine, como la disolvencia encadenada. Aún hoy en día, varios de esos efectos se aplican en ciertas escenas de ciertas películas.
Sin duda alguna, la obra más conocida de Mèliés es Le voyage dans la Lune (1902), basada en la aclamada novela De la Tierra a la Luna de Julio Verne. Pero lo que Méliès pretendía era la espectacularidad de las imágenes, como ese momento en que el cohete se estrella en un ojo de la luna, momento que ha pasado a ser el icono representativo del séptimo arte en el ámbito universal. Asimismo, el traje de los selenitas fue confeccionada a mano por el propio Mèliés y sus colaboradores más cercanos. Este cortometraje lo consagró definitivamente en el cine mundial para siempre.
En 1999, Marie-Hélène Méliès-Lehérissey, bisnieta de Georges Méliès —a quien tuve el gusto de conocerla en persona y platicar por un buen rato sobre detalles desconocidos e interesantes de la vida de su famoso bisabuelo—, presentó en la Cineteca Nacional de México DF y en la Cineteca-Fototeca Nuevo León varios cortometrajes de su antepasado debidamente restaurados, algunos de ellos nunca exhibidos en México. En este mismo programa se anunciaba lo que podría considerarse el primer filme gore de la historia, se trataba de Cirugía de Fin de Siglo o una Indigestión, un cortometraje de 4 minutos y 15 segundos filmado en 1902, donde se presenta a un paciente con severos dolores de estómago llegando a un consultorio. El médico le diagnostica un grave cuadro de indigestión, por lo que inmediatamente procede a operar. Lo acuesta en la mesa y con un serrucho le corta brazos, piernas y cabeza ante la desesperación del paciente, para proseguir con una incisión a todo lo largo del tronco y extraer del estómago botellas, cuchillos y demás cosas. Finalmente le reinstala los miembros y el paciente se marcha feliz y sin dolor. Méliès, sin ser el inventor del gore, dio muestra evidente del morbo que por el cuerpo siempre ha existido, ya sea como fetiche necrófilo o sexual.
Sin embargo, la paulatina transformación de la industria (monopolizada por Edison en Estados Unidos y Pathé en Francia), junto con la llegada de la Primera Guerra Mundial, afectaron al negocio de George Mèliés, que fue declinando sin remedio. Sus creaciones cayeron en un relativo olvido, pero en la década de los 30 comenzó una corriente de reivindicación del genio de Méliès. Es en esta época cuando es encontrado trabajando en una pequeña tienda de golosinas y juguetes de la estación de Montparnase. Se le concede la Legión de Honor, y en 1932 la Sociedad Cinematográfica le otorga la estancia vitalicia en el Castillo de Orly, Francia.
Méliès daba las gracias, pero seguía sin entender a qué se debían tantos elogios, cuando él simplemente había procurado buscar la forma de entretener al público. Finalmente falleció el 21 de enero de 1938 de un doloroso (aunque rápido) cáncer, que acabó con su vida en menos de 3 meses., y fue enterrado en el cementerio Pére Lachaise de París. Bajo su estatua de bronce se lee: “George Méliès: creador del espectáculo cinematográfico”.
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